lunes, 18 de junio de 2007

Mi familia


MI FAMILIA


Bueno, bonita, pues bienvenida a casa. Ésta que ves es mi familia y, a partir de hoy también la tuya. Impresiona, ¿verdad? No sé si recuerdas todos los nombres. Repetimos. La muchacha de gafas que está sentada en el salón es Eva, pelín seca de entrada, a qué negarlo, pero ahí donde la ves, bajo esa mata de pelo rizado se esconde todo el saber de la Biblioteca de Alejandría, y aún le sobra espacio en el entrecejo para guardar la Enciclopedia Británica. Hazte el cargo de sus remilgos, comprende que no es fácil para alguien acostumbrado a relacionarse con la mentes más lúcidas del Parnaso, saludar de pronto a una desconocida sin pedigrí. No le des más vueltas, yo creo que te resultará más sencillo intimar con Candelas, la que canturrea en la cocina. Ésa sí es una mujer transparente, al pan pan y al vino vino ¿me sigues?, todavía no se acaba de creer que el hombre haya pisado la luna, pero, a lo que importa, puede pasarse veintitrés horas y media amasando croquetas, y a las once y media sacudirse la harina, remangarse el delantal y liberar todas tus tensiones de la jornada antes de regresar al tajo hasta la noche siguiente, que, al cabo, es su principal obligación. ¿Cómo te diría?, sí, Candelas es una profesional como la copa de un pino. Claro, que a mí me da que con quien de verdad vas a hacer buenas migas es con Lilí, aún no la has visto, está durmiendo en el cuarto de al lado y la tía puede pasarse semanas sin poner un pie en tierra; su reino es la cama, igualita que tú. Y ése de ahí enfrente que no deja de observarte se llama Juan y, a partir de hoy, será tu hombre. No te asustes, verdad que al principio impone, pero todo es fachada, en cuanto te olvides de la cicatriz que le atraviesa el pómulo y te acostumbres a ver el hueco de su ojo izquierdo, te parecerá un tipo normal y corriente. Quizá no derrocha cariño, seguramente no lo contrataría como vendedor a domicilio ni le encargaría el cuidado de un hijo mío, pero te aseguro que tras ese mascarón carcelario se esconde el alma de un osito de peluche. No te arriendo la ganancia si le fallas, te lo advierto, pero si sabes torearlo un poco, te seguirá al fin del mundo como un perro faldero. Y yo, Pedro Sombra, para servirte en lo que te haga falta, y ahora, en la foto de familia, tú también, tanto monta monta tanto, así que no me pongas esos ojitos de carnero degollado, reina. ¿Acaso no te gustamos? ¿Es que prefieres pudrirte en el fango de un hospicio, sola, o aparecer cualquier día con el vientre hecho picadillo en un charco infectado de ratas? Encima que te vamos a dar un porvenir y todo nuestro amor sin reservas, vas tú y nos lo pagas gimoteando y retorciéndote, mordiendo la mano de quien te da de comer. ¿Te parece bonito, eh? Y estate quietecita un rato. Vamos, relájate, que así no voy a acabar nunca. Respira hondo, eso es ¿ves qué bien? Si te pones nerviosa no hace falta que mires, tú cierra los ojos y piensa en lo que más te guste. Yo que sé, en flores, por ejemplo, piensa en margaritas, una pradera llena de margaritas y tú paseando tan pancha a cámara lenta como en los anuncios de colonia. Va, por favor no me escondas el brazo, tontona, un segundo, ya está. ¿Ves como no duele, reina? Si colaboras te prometo que en una hora estarás lista. Además, yo no tengo la culpa de nada, a reclamar a Juan, que a mí ni me va ni me viene, que esta familia es un órgano colegiado y todo se aprueba por consenso. Luego yo me remito a cumplir órdenes y punto. Y si tienes alguna propuesta de mejora, lo dices, pero sin gritar, porque te prevengo que por muy osito de peluche que sea, los llorones le sacan de quicio, y él no se anda con tantas contemplaciones como yo, él ni flores ni leches, a lo bestia. ¿Entendido? Venga tonta, sé buena y estira el otro brazo, que lo estires, coño, ya está, ya está, perfecto. ¿Duele?, pues claro que no.
Te preguntarás que de dónde hemos salido, ¿no? Bien, si me prometes ser una niña buena, te lo cuento. Va, boba, no seas chiquilla, que pareces una bruja con el rímel corrido. Tú lo que tienes que hacer es adaptarte a tu nueva vida, que aquí no nos andamos con etiquetas, aunque, claro, deberás respetar una serie de normas, no sé, poca cosa, pedir permiso antes de hablar, no salir jamás de la casa, comer cuando él haya terminado, mantenerte despierta hasta que se duerma, no mirar nunca a otro, en fin, es un poco posesivo y celosón el hombre, qué le vamos a hacer, ah, sí, le molestan los estornudos, es que tiene los oídos muy sensibles. Al principio a lo mejor te parecen un poco estrictas, pero aquí uno se acostumbra rápido, por la cuenta que le tiene. No creas, a mí también me supuso lo mío aprender a convivir de pronto con tanta gente, cada uno de su padre y de su madre, como yo digo, pero luego compensa, no sé, recibir el calor de los tuyos en las frías noches de invierno, contar con un abrazo cuando la niebla se apodera de tu corazón, robar una sonrisa cuando tu frente bulle a treinta y nueve grados y medio por culpa de una gripe. Eso, te lo digo de verdad, eso no tiene precio. Y que conste que hace apenas un par de años yo era el típico engreído y reservado, como tú, vamos, un aislado del mundo, un defensor a ultranza de los beneficios de la soledad. Cualquier alteración del orden me molestaba. Y, mira, cambié, como un campeón, me dije a cuenta de qué este empecinamiento en seguir solo, ¿qué gano? y, vaya, te juro que desde entonces soy el hombre más feliz que pisa la tierra. Y me gustaría que tú también lo fueras, así que deja de moverte de una maldita vez y empieza a colaborar en tu felicidad, no se me vaya a ir la mano. ¿Vale? Mucho mejor, reina.
De joven, el ejemplo de mis amigos no hacía sino confirmar mi tesis. Desde mi pedestal veía cómo uno tras otro se precipitaba en la desesperación más absoluta cuando se asociaba a otro individuo, pobres imbéciles. Los que se casaron con una chacha, hartos de comer siempre la mejor tortilla del mundo y de llevar los pañuelos planchados, suspiraban por una mujer fatal; los que eligieron a la mujer fatal, hartos de preservativos de colores e intercambio de parejas, añoraban una buena tortilla y el pañuelo planchado; y, los que recelando de chachas y lúbricas, se decantaron por la unión intelectualizada, hartos, peor aún, ahítos de cine checo y conferencias sobre el 0,7, suspiraban por ver un buen partido de fútbol los sábados ante un pincho de tortilla y acostarse luego con una liberal que no exigiera media docena de endecasílabos antes de permitir el menor movimiento de tus manos. Todos me envidiaban ¿Y los solteros?, casi peor, en tropel como un banco de camarones, comprobando a altas horas de la madrugadas cómo, niñas que podrían ser sus hijas, preferían bailar con muchachitos plagados de acné, preguntándose tras la resaca del día siguiente si no vivirían más tranquilos pagando una hipoteca y alimentando los sábados junto a sus niños a los patos del estanque, como hace todo hombre decente. Y yo mientras tan a gusto, solito, a lo mío, manejando la brújula de mi destino sin rendir cuentas a nadie. ¿Me pasas la pierna, por favor? No te pongas tan histérica, sí, tú grita más, idiota, verás como venga Juan. ¿No ves que para ti ya se han acabado las penas? Mira, ya está, ¿a que no te has enterado?
Pues eso es lo que me pasaba a mí, que no me enteraba de la película, es lo que yo digo, que el hombre nunca sabe valorar lo que tiene, yo qué sé, que tiene un perro, pues quiere un gato, que tiene un gato, pues quiere un perro, ¿entiendes por dónde te voy? Y a mí al final me pasó lo mismo, que me harté. Después de quince viviendo solo, quince años, que se dice pronto, pues como que algo fallaba, ¿qué carrera podía hacer de mí, ahí encerrado como un ermitaño, persuadiéndome de las ventajas de la soledad? Mentira cochina el supuesto prestigio de los hombres solitarios, esos soñadores de barba de tres día pisando la hojarasca de parques umbríos, los fareros bebiendo Nescafé mientras escriben mensajes que lanzan luego al mar..., bobadas de la televisión. Porque la verdad es simple, hija, no hay nada peor que seguir comiendo solo a los cuarenta y un años, que cualquier día te denuncian los vecinos por mal olor y suben los bomberos y te encuentran fiambre. La vida es más larga de lo que parece, del trabajo a casa y de casa al trabajo diciendo qué bien se está, pero así no se está ni medio bien, eso te lo juro por quien sea.
Mis amigos se habían precipitado, pero yo contaba con su experiencia para evitar errores. Claro que, a ver dónde iba ya con esa edad, con el arroz más pasado que yo qué sé. Menudo cuadro Oye, jovencita de dieciocho años y carnes rosadas, pues mira que estoy solo, ¿quieres venirte conmigo? Además, en fin, que la gente es mala, como yo digo, que el hombre es un lobo para el hombre. En mi oficina mismamente, todos me miran desconfiados, como si fuera un bicho, ¿sabes? Ya me dirás tú si tengo cara de bicho. Cuando entro al baño, salen disparados, ja, se creen que no me doy cuenta, y murmuran a mis espaldas y no me invitan a participar en sus porras, hasta el jefe, siempre de broncas y risitas con los demás, y a mí no me dice ni media, ya trabaje mucho, ya me toque la barriga. Y en la calle igual, el otro día entro en un cine, me siento al lado de una chica, sin darme cuenta siquiera, no te creas, y cuando se apaga la luz, va la muy guarra y se cambia de sitio, y los niños empiezan a llorar sin ton ni son si me paro a verlos jugar y se largan corriendo, mi madre cuelga el teléfono cuando la llamo, hasta los perros dejan de ladrar como si tuviera aspecto de empleado de la perrera municipal, todos gentuza, se creen que me chupo el dedo, hay un complot en contra mía, sí señorita y con gente muy gorda detrás, quieren acabar conmigo, lo sé de buena tinta, pero te juro que aún no ha nacido quien pueda conmigo, antes me lo llevo por delante, reina. Date la vuelta, que te toca la espalda, no tiembles, mujer, que se me va el puso, gentuza, vaya, están confabulados contra mí, quieren hundirme, no sabes tú lo mala que es la envidia, espero que no seas como ellos, ¿eh, bonita? No quiero que seas una mujer mala. Así que me dije, ¿qué hacemos entonces, Pedro?, ¿cómo puede uno acercarse a la gente si la gente es mala? Me costó mucho dar la con la solución del problema, pero al final, como yo digo, vi la luz tras el túnel.
En efecto. Maniquíes. Alucinante ¿eh? Me lo dicen tus pupilas dilatadas. Por favor, no me pongas esa expresión de ida, a ver, qué malo tenía probar, otros coleccionan sellos y no pasa ni media, ¿no? Te concedo que un maniquí presenta algunas deficiencias, igual, lo que se dice igual que un humano no es, de acuerdo, son reservados, tienen cierta tendencia al ensimismamiento y reaccionan lentamente, sin embargo acompañan sin exigir nada a cambio, te respetan, no ensucian, son diligentes y no te miran como si tuvieras cara de sospechoso. Total que me compré a Candelas. Quince años de patatas fritas y bocadillos estaban a punto de aniquilar mi estómago y lo que yo necesitaba era una buena cocinera, una mujer perfumada de lejía capaz de ordenar mis digestiones, así que la metí en un delantal y la puse en el fogón. Te parecerá una tontería pero era una manera de estimular mi alimentación. Sencillamente la imaginaba cocinando platos y así me obligaba a prepararlos yo mismo. No sé, por ejemplo, le decía al salir de casa, oye, esta noche salmón, y al regresar compraba el pescado, lo cocinaba y era como si ella me lo hubiera hecho. ¿Me sigues? Y no sólo eso, además hablábamos, vamos que yo decía, por ejemplo, estoy harto del trabajo, todos me odian, esta mañana he coincidido con Luisa en el ascensor a solas y se ha puesto pálida como si hubiera subido con el espectro de su padre, la muy zorra, y le hacía luego decir a ella, pobrecito mío, ¿qué te ha ocurrido?, y yo se lo explicaba todo con pelos y señales, vaya que si se lo explicaba, durante un minuto o durante dos días, lo que hiciera falta. Y luego se hizo tan natural que podíamos charlar de todo, las facturas, mis dolores de espalda, el colesterol malo, hasta de fútbol, como yo soy del Madrid a ella la hice del Atlético, y no veas cuando teníamos que hacer la quiniela..., vamos, que entre unas cosas y otras se me pasaba la noche en un pispás. Desde luego, dar con alguien hoy en día que posea la virtud de escuchar no tiene precio y Candelas era el interlocutor ideal. Y si de pronto no me apetecía verla, la guardaba en el escobero y punto. El único problema era que tanta sartén y tanta sobremesa me habían hecho engordar nueve kilos en seis meses. Mi estómago estaba lleno, mientras que, en fin qué te voy a decir, pues que otros órganos de mi cuerpo comenzaban a reclamar un poco de atención. Vamos, que necesitaba sexo. El asunto era que Candelas me cortaba el rollo, demasiado maternal, demasiado limpia no sé, batiendo huevos vaya que vaya, pero así, desnuda, como que no...
¿Solución? Ahí está. Una segunda mujer. Dicho y hecho, que me compré otra, le pinté un lunar en el pómulo, peluca rubia, la vestí con un picardías y la dejé encima de la cama de la habitación de al lado, luego le practiqué una incisión con este cortafríos en la zona perineal, otro agujero de mi tamaño entre los labios y la bauticé: Lilí. Menuda tía, no creo que haya existido otra mujer más dispuesta a satisfacer mis fantasías sin decir jamás esta boca es mía, nada de dolores de cabeza, nada de reglas; por la mañana, por la tarde, en cualquier postura, lascivia pura, la máquina más perfecta de hacer el amor que uno pueda imaginar, así que seis meses después ya estaba de nuevo en mi peso.
Vamos, despierta, bonita, no te me desmayes ahora que viene lo interesante, necesito que te gires y poco y te destapes el hombro, venga, va, déjate de melindres, tú piensa en margaritas y atiende. Pues a lo que iba, que la cosa no acabó ahí como puedes suponer. Empezaba a volverme ambicioso. Satisfechos los instintos primarios, como yo los llamo, ahora era mi mente quien reclamaba su dosis de satisfacción. Las neuronas de Candelas sólo se estimulaban ante un buen sofrito, Lilí era dueña de un pensamiento pélvico ajeno a todo asunto que no le cupiera en la vagina, era un poco guarrilla, las cosas como son., pero nada grave que no pudiera solucionar una nueva adquisición. Me compré a Eva y punto, la que has visto en el salón, traje negro de chaqueta, gafas de carey y formación universitaria. Con ella sí que se podía abordar cualquier tema metafísico, el amor, la soledad, la literatura, incluso le leía y comentaba mis escritos de juventud sin provocarle nunca un bostezo. ¿Bonito plan, eh? Si me apuras genial. El sueño de todos mis amigos fracasados hecho de pronto realidad; como yo digo, una furcia en la cama, una criada en la cocina y una dama culta en el salón. Lilí practicándome felaciones sin dejar de cantar, Candelas alimentándome el buche y Eva el alma; el paraíso, vamos. Te juro que fueron unos meses de puro vértigo. Tocaba el cielo con los dedos, como yo digo. Relaja la pantorrilla, bonita, venga, cuerpo laxo, cuerpo laxo, no sé a qué vas a esperar para relajarte. Tú dirás que vaya un tío feliz, ¿no? Pues sí pero no, ¿qué quieres que te diga? quizá sea cierto eso de que los hombres tienen el espíritu demasiado volátil, puede que la felicidad sin fisuras te ahogue en un mar de pétalos de alegría, tal vez me falte reposo para valorar los aspectos positivos de la rutina, levantarte un día y decir, joder, qué feliz soy, y el siguiente, joder qué feliz soy, y al final, joder, mierda de felicidad ¿Comprendes, no? Un suponer, es como quien tiene un perro de pura raza y de pronto va y dice, asco de perro, donde esté un gato. Pues eso justo.
Después de seis meses de dicha estaba que me subía por las paredes, ¿te imaginas?, hasta las pelotas de tanto perro; tú me dirás qué cuerpo aguanta ganar el cupón de los ciegos un año seguido, todas las semanas, menuda condenación. Pues eso es, que el cuerpo me pedía un poquito de frustración para valorar lo que tenía. Yo qué sé, por ejemplo Candelas, pues no era plan, terminé un poco asqueado, viéndola como un saco de amontonar calorías a un ritmo de pastelería industrial, causante de una capa adiposa de tal envergadura que para evitar el colapso de mis venas debía quemarla con Lilí me apeteciera o no me apeteciera y cada vez me apetecía menos porque a ella le gustaba demasiado, ni una maldita jaqueca que me permitiera un descanso o un enfado, ni una mala cara, ni una pausa menstrual, nada, hija, igual le daba que me pasara diez días rascándole el hombro como que la sodomizara sin regalarle a cambio ni una palabra bonita, al contrario, creo que así se excitaba más. Y eso tampoco es, que hay que tener un punto de dignidad, por favor, parar un poco al macho para que se siga encendiendo, ¿no? ¿Qué mérito tiene hacérselo con un felpudo? Y Eva, pues tres cuartos de lo mismo, una enciclopedia de noventa, sesenta, noventa, que, seamos sinceros, me superaba de pies a cabeza.
Creo que yo había sobrevalorado mi capacidad intelectual. En poco tiempo el poeta secreto leyó todas sus creaciones y le expuso las tres teorías de su edificio filosófico: que el amor es un invento de la literatura occidental, que el libre albedrío no existe y que el hombre es malo por naturaleza y la mujer mucho peor. Luego, ya no me quedó nada que añadir. Qué curioso, en poco más de mil palabras, un folleto, había exprimido toda mi pensamiento; el resto se redujo a aguantar sus rollos sobre Hume y el arte deconstructivista, mientras yo lanzaba miradas furtivas a la pantalla oscura del televisor, añorando aquellas tardes grises en que dormitaba ante cualquier programa sin gestos censores a mi lado. A ver, aprieta fuerte el puño, por favor, que si no, no te encuentro bien la vena, calla, bonita, calla, ni que te estuviera matando. A mí sí que me estaban matando esas tres desalmadas a fuerza de regalarme cuanto pedía. Tiranizaban mi sexo, mi estómago y mis neuronas. Todo se había vuelto demasiado previsible, ¿entiendes? Necesitaba un poco de emoción, algún imprevisto, tomar de nuevo la iniciativa, intercambiar los papeles, por ejemplo, ¿qué era eso de tener a la misma siempre en la cama, comer como le gustaba a Candelas, con demasiada sal y soportar después la cháchara pseudomarxista de Eva? Revolución, claro. Yo las había comprado, me pertenecían y podía hacer con ellas cuanto me viniera en gana y punto, lo que yo siempre digo que uno no puede dejarse pisar, que el hombre tiene que ser el dueño de su vida, el amanuense de su destino, eso es, el amanuense de su destino.
¿Quieres saber lo que hice? Agárrate. Saqué a Candelas de la cocina una noche, sin darle la más mínima explicación, que fuera aprendiendo, la tumbé en la cama y le arranqué el delantal sin que me temblara el pulso, era mía y punto, se acabaron los miramientos, le puse el picardías de Lilí y a ésta le coloqué el delantal y me la llevé a la cocina, y no veas qué sorpresa, eso sí, sin rechistar ninguna de las dos y más les valía así, que yo a buenas no hay quien me gane, pero cuando se me cruza el cable..., y le dije, vamos Lilí, se te acabó la buena vida, hazme algo. No veas, la pobre, lo aturdida que se quedó, picando cebolla por primera vez en su vida, creía que se rebanaba un dedo en cada tajo, pero no, me hizo dos huevos fritos, tiesos, vale, pero me los comí, porque había puesto interés ¿me entiendes?, y con el estómago lleno me fui a la alcoba. Eso ya fue un poco más duro, Profanar a mi Candelas eran palabras mayores, con su cara madre y el olor a desinfectante; a ver quién era el guapo que le proponía una felación, pero me lancé y cuando solventé sus dudas técnicas me la hizo, regular, vale, pero me la hizo y disfruté más que nunca porque veía la expresión del miedo y del asco en su rostro, la lucha, de eso se trataba, luego se negó a continuar, ahí ya mi placer fue la leche, que no, que si era una guarrería, que si tal, y yo encendido, maravilloso, mira que te rompo la cara, y se acoquinaba como una coneja y cedía entre lágrimas, y después me iba a la cocina y la otra también de morros, que si ella no había nacido para cocinera, que no soportaba el ruido de extractor, y fíjate que mientras me lo explicaba con el delantal abierto como que sentía ganas de nuevo y tiraba todo de la mesa como en las películas y ella que a ver quién lo recogía luego, por supuesto que tú, hija mía, y me largaba al salón con Candelas debajo del brazo y llevaba a Eva a la cama, y ahora ahí calladita hasta que yo vuelva, y ni se te ocurra soltar una palabra más por esa boca de pitiminí, ¿entendido?. Lo bien que estaba con Candelas en el salón, la televisión encendida, cuatro graznidos para comunicarnos, viendo el fútbol en calzoncillos, diciendo banalidades que la pobre celebraba como sutilezas. Y después volvía a la cama para pasar el rato con Eva, no veas lo que excita acostarse con una sabia, era como violar a Simone de Bouvoir en la tapia de un convento, tenías que haberla visto, descompuesta, tratando de racionalizar mis órdenes, ábrete de piernas, bonita, así se lo decía, ni poesía ni leches, y ella muy majestuosa, pero el truco no le valía porque al final tragaba como las otras, que ya sabes cómo son las mujeres en cuanto se les cae la máscara, todas iguales, todas unas hipócritas, unas furcias, asco de mojigatas, y no veas qué divertido, la Eva limpiando y batiendo huevos, la Candelas declamando versos de Sade y Lilí haciendo la compra, y si me apetecía, pues un trío y punto. De pronto, todo volvió a ir sobre ruedas, de nuevo me sentía partícipe de mi vida, hacedor de mi destino, como yo digo.
El único fleco era que tanta mujer junta acaba agotando, no sé, echaba en falta a alguien de mi sexo con quien compartir cosas nuestras, recuperar el pulso de la soltería, juergas, ya sabes, llegar tarde y bebido, reír hasta hartarme con chistes de mariquitas, despotricar de las mujeres, vamos, hacerles sufrir un poco. Dicho y hecho, el mes pasado compré cuatro hombres y me regalaron el quinto por buen cliente. Los coloqué en la habitación de la entrada, cinco machos, alrededor de una mesa camilla, la fiesta en casa. Nada más salir de la oficina me encerraba con ellos sin avisar ni nada y las tenía esperándome hasta las tantas sin dormir y que no me pusieran luego una mala cara, eh, pues venía de donde me daba la gana, pues no, no se me había ocurrido avisar, ¿pasaba algo?, y si la cena se ha quedado fría me la calientas otra vez, y las que hagan falta. Como ves, de nuevo la felicidad perpetua. Sólo faltaba doblegar su espíritu de sumisión, infectarles un fondo de rebeldía, ¿entiendes?, que me hicieran sentir el vértigo de un posible plante.
En realidad, necesitaba saber si me querían por mí mismo o por la ausencia de un oponente al que elegir. Y, ¿a que no sabes qué hice?, pues comprar al oponente, sí, Juan, ése que no deja de mirarte desde la puerta, uno noventa, músculo puro, ojo verde, silencioso como el viento en calma. Un competidor y vaya competidor. Ahí empezó a ponerse serio el asunto. Había sobrevalorado mis fuerzas otra vez, porque en cuanto lo vieron, esas tres furcias perdieron las bragas, perdieron la dignidad y se lanzaron a la caza como leonas en celo, tres hembras libidinosas prestas a cambiar de amo en un suspiro. Vaya cambio, verlo para creerlo. Candelas se pasaba el día confeccionando recetas afrodisíacas para su Juan y a mí, pan duro, incluso comenzó una dieta de adelgazamiento porque el otro había insinuado que estaba gorda; Lilí me dijo un día, así, a quemarropa, que gracias a su don Juan se había dado cuenta de que era pluriorgásmica, toma ya; y Eva, tres cuartos de lo mismo, te cito textualmente, que el arte era un sucedáneo, una sublimación de la vida, pero que ahora que Juan le enseñaba lo que era vivir, los temas filosóficos le importaban un pepino. La verdad, no sé qué veían en él, y así se lo decía, a ver, ¿qué tiene ese tío que no tenga yo? Y las tres se lanzaban miradas cómplices, ¿de verdad quieres saberlo?, pues claro, y, ¿a que no sabes qué me contestaban?, no te lo imaginas, que yo soy feo, aburrido y un amante leve, y se quedaban tan anchas. Lo del amante leve me lo dijo Candelas, pero seguro que se le ha ocurrido a Eva, menuda es la mosquita muerta. Feo, aburrido y amante leve. Estaba escrito que debía contraatacar. Y lo hice, desde luego. En un descuido inmovilicé a Juan, le perforé el ojo izquierdo y le hice ese tajo que ahí ves, de lado a lado de la cara, todo muy limpio, sin derramar una sola gota de sangre. Y en qué hora, hija mía, porque así les gustaba más todavía. A Lilí le recordaba a un antiguo novio proxeneta. A Eva se le figuraba un personaje de Conrad y a Candelas el golfillo a quien siempre deseo cuidar.
Lo peor ocurrió la semana pasada, llegué pronto del trabajo sin avisar, y me encontré un espectáculo dantesco, ahí las tres, en la cama con él, revolcándose como nunca antes se habían revolcado conmigo. Ninguna quería saber nada de mí, se me amotinaron, pretendían echarme. Tuve que negociar con Juan y aceptar sus condiciones para que me devolviera a mis mujeres. Por eso estás tú aquí, bonita. Ayer me dijo que cumpliría su palabra cuando le consiguiera para él una de carne y hueso, que, al muy delicado, el látex le produce alergia. Pero ¿cómo?, le dije yo. Muy fácil, me dice el tío, mañana por la tarde vas en busca de una prostituta, la engañas, la traes a casa, la atas a la cama fingiendo una sesión sado, la desangras, la metes en formol en la bañera que habrás llenado previamente y una vez disecada me la dejas en aquel cuarto; si obedeces, te dejo en paz. ¿Entiendes ahora, bonita, por qué estás aquí? Así que no te apures que no va a pasarte nada, es simplemente el peaje que hay que pagar, como yo digo, por ser uno más de la familia, la familia de Pedro Sombra.

1 comentario:

IbaLihag dijo...
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