lunes, 18 de junio de 2007

Manual de un seductor


DE CÓMO SEDUCIR A UNA EXTRAÑA EN SU CASA


Siga usted en orden todas las indicaciones que a continuación le expongo. Llame a la puerta de la víctima una vez convencido de que se encuentra sola. Le garantizo que bastan cinco segundos para calibrar sus posibilidades de victoria. De entrada todas esbozan una mueca de contrariedad, pero no desespere. Visita intempestiva de un extraño a las nueve de la mañana. Es natural. Sólo de usted depende dulcificar su gesto. Proceda a presentarse sin dilación. Buenos días, señora, soy el técnico de mantenimiento de la red estatal de suministro de gas (por ejemplo); inspección rutinaria en la zona, si es tan amable y me permite, cuestión de minutos. Como ya sabrá de memoria el formulario previo, aproveche ese instante para interpretar las reacciones de la dama. Suelen escuchar en silencio, apoyando su sopor en el quicio de la puerta. Algunas sólo verán en usted al inspector y repararán en sus palabras con una curiosidad profesional, después elevarán una educada queja por el horario de la visita y tras solicitarle la tarjeta identificativa le conducirán a la cocina, en cuya entrada aguardarán a que finalice la tarea. Entonces no insista. Una retirada oportuna puede ser el preludio de su próxima victoria.
Para perseverar en el acoso deberá apreciar desde el comienzo en su víctima un levísimo rictus de bienvenida. En tal caso, la señora, más que en sus palabras, se fijará en el movimiento de sus labios, en el color de sus ojos o en el dibujo de la corbata, lo justo para percatarse de la humanidad del inspector, e inequívoco síntoma de que ha de lanzarse usted al abordaje. Una vez en la cocina aventúrese a tantearla iniciando una conversación insustancial, lo que sea, una disculpa, siento haberla despertado o un cumplido sobre su buen gusto (y el de su marido, claro está) en la elección del alicatado. ¿De verdad?, pues pensábamos cambiarlo. No lo hagan (pronuncie esa orden con simpática elegancia), es uno de los más bonitos que he visto y ya van unos cuantos, se lo garantizo. La señora se situará detrás de usted, pero no vuelva la cabeza, imagínesela sin mirarla; bata de seda, cabello graciosamente descolocado y brazos cruzados sobre el pecho. Mientras, demórese hurgando por todos lados y finja seguridad y destreza.
Cuando la señora se vaya despertando, también se hará cargo de la situación. Ciertamente debe ser un trabajo ingrato el suyo, andando siempre por casas ajenas y disculpándose por cumplir con su labor, ¿no? Bueno, eso depende.., dirá usted. Recuerde que conviene no quejarse demasiado ni hablar del gobierno ni del poco dinero que se gana, porque esas banalidades ya las dice su marido y de inmediato le relacionaría con él. No olvide que, aunque usted también sea esposo y pueda caer en la tentación de comportarse como normalmente se comporta con su esposa, ahora es un potencial amante, y a los amantes no les está permitido aburrir.
Limítese a divagar un poco mientras anota en su carpeta un garabato. Todo depende. Si la encuentra receptiva y pedante, puede lucirse con una plática guerrera de ribetes contestatarios, algo así como que el trabajo mecanizado nos aliena y mina nuestra personalidad, y selle después la frase con un ojalá dispusiéramos de tiempo para... (silencio y expresión soñadora, que cautivan mucho), para despertar al pintor al poeta o al actor que cada uno lleva dentro (proceda a tocarse luego el corazón con el lápiz). No se ría, no, no sabe usted el efecto que golosinas metafísicas de esta calaña pueden provocar en mujeres estranguladas por un entorno hostil. Seguro que ella le corresponde con idéntica mueca. ¿No me diga que se siente usted poeta? En cuanto entra en el juego ya es suya. Si, por el contrario, la dama demuestra mayor sagacidad, usted depurará su réplica de los aspectos teatrales y habrá de optar por una apreciación más sobria, pero no exenta de cierto calor, algo así como: no lo crea, siempre se encuentra algo agradable en cada oficio, uno se siente útil, habla con la gente, en fin, un rato de charla amena te puede compensar de otros sinsabores. Después proseguirá anotando de mala manera sobre las rodillas las conclusiones de la inspección hasta que ella se apiade y le invite a escribir sobre la mesa. Muchas gracias es muy amable, enseguida acabo.
Bien, ya está sentado, ahora falta que lo haga la víctima. En invierno se frotará los dedos y exclamará que hace frío, en verano se desabotonará la camisa y exclamará que hace calor. Si la cosa marcha, la señora, dependiendo de la estación, le ofrecerá café hirviendo o café con hielo. ¿Quiere una tacita de café calentito? Rechace la invitación alegando razones inconsistentes. No, ninguna molestia, está hecho, con calentarlo un poquito vale. Acepte y prepárese a gozar, porque si las señoras supieran la morbosa carga que encierra una retahíla de diminutivos lanzada sobre un extraño, serían mucho más pudorosas en el empleo de su lenguaje.
Acaba de hacer lo más difícil. Concédase un respiro y dispóngase a disfrutar de diez maravillosos minutos de su intimidad, a solas, con el marido muy lejos del hogar y acaso de la mente de su mujer. Ella le acompañará con otro café. En la mesa habrá dos sillas. Bajo ningún concepto se sentará en la del marido. Lo sabrá porque, como ocurre en su propia casa, él ocupa la más alejada de los electrodomésticos. Beberá el mismo café que el otro bebiera una hora antes y conversará con su esposa recién levantada, dormida aún cuando él se fue. Piense que está profanando ese ritual tan privado del desayuno al que nadie, fuera del entorno familiar, suele tener acceso. Y además puede observarla graciosamente despeinada, tal vez haya dormido mal, o tal vez sea el desordenado rastro capilar de una noche rauda y estéril (por supuesto). Admire su rostro desmaquillado, imperfecto y puro e imagine bajo su bata un camisón y un cuerpo de dunas blancas. Libérese, a usted le encanta fantasear con eso cuerpos recienlevantados de señora, el pecho danzante y esas piernas cruzadas donde uno podría calentar sus manos ateridas. Ahora bien, en ningún momento permita que la excitación le impida manejarse con la debida asepsia, y si advierte alguna flaqueza piense que mujeres como esa (elegida, dicho sea de paso, al azar), las hay en cualquier bloque del edificio.
Por la tarde la señora pondrá la corriente al señor. Pese a no haber ocurrido nada censurable, le relatará la versión oficial de los hechos. Obviará, por ejemplo, que le agradó la charla, que es usted un caballero interesante o que su boca es voluptuosa, puesto que el marido no calibraría esas apreciaciones en sus justos términos. Tenga en cuenta a este respecto que todos los maridos (como usted mismo cuando ejerce de tal) desarrollan durante el matrimonio un ancestral defecto: la idiotez. Por esa razón, una esposa no debe explicarle su atracción por otro hombre, so pena de recibir el calificativo de furcia o ninfómana. Su complejo de amo lo obliga a convertirse en abastecedor único de todas las demandas de ella, y no concibe que si él, ante una boca carnosa, suspira por morderla, su mujer pueda simplemente admirarla o aspirar a rozarla con los labios de su fantasía. Y, desde luego, ignora que si, llegado el caso, se apoderara de ella el mismo deseo irrefrenable, lejos de reprimirlo, lo convertiría en realidad (a mi experiencia personal me remito).
La víctima contemplará su nuca mientras le sirve el café. Sólo, gracias, sin azúcar. ¿Un cigarrillo? Acéptelo. Tenga en cuenta que su marido toma café con leche, vino con gaseosa y ron con limón. Llevan tomados un millón de cafés con leche. Desde hace tiempo su relación se reduce a un cúmulo de escenas formularias, repetidas de la mañana a la noche y de la noche a la mañana. Apacible tedio exento de emociones y contratiempos. Durante años él ha dejado el pantalón doblado de la misma manera, en el respaldo de la misma silla y los zapatos ocupando las mismas baldosas (incluso ella en su etapa más subversiva estuvo tentada de cambiar la disposición del mobiliario sólo por darse el gustazo de verlo perdido en la inmensidad de la alcoba). Todos los amaneceres frunce el ceño ante el espejo y silba la misma canción al afeitarse, y la besa con el mismo beso viejo al regresar. Ha cenado, cena y cenará con voraz apetito y ha hablado, habla y hablará con recurrente enfado. Ah, su pequeño gruñón, tan previsible y necesario.
En el fondo, usted se limita a explotar la novedad de su presencia. No se sobrevalore. La única ventaja del amante sobre el marido radica en la interinidad del encuentro. Si por una flaqueza usted cayera en la trampa de perpetuar su relación, tardaría un suspiro en heredar los hábitos del ausente. Desaparecida la novedad, adiós al encanto. De volver al lugar de delito, su café solo y su forma de encender el cigarrillo perderían todo el misterio. Convénzase, no hay mejor amor que el que nace y expira en la larga travesía de una mañana entre fluorescentes y aparadores con restos de cena.
La señora no suele desayunar en bata. Cuando no está sola no se esfuerza en ocultar su pecho desarmado. Tiempo ha que su cuerpo superó la barrera del pudor. Ahora, a salvo de los arrebatos maritales, se siente carne destapada. Tápate, mujer, la amonesta su hombre, que vas a coger algo. Ya no necesita velar por la compostura de aquellos pliegues cuya sugerencia despertara la lívido del recién casado; tápate, mujer, que no respondo. Y él ahora moja los churros en calzoncillos con la descarada impudicia de quien se cree a salvo de cualquier juicio y tampoco precisa contener la respiración para disimular los michelines de una barriga que se le desmaya, alevosa, hasta las ingles. Aún hacen el amor, pero sus miembros blandos se encuentran más por la inercia de la costumbre que por el deseo. Cumplen penosamente y se soportan, solidarios en sus imperfecciones, hermanados tras tantos años de deterioro.
Por eso, ante usted, el hecho de sentirse observada la anima a desempolvar las coquetas armas de antaño. Mírela discretamente hasta que despierte sus poses de mujer.
Ella cruzará las piernas y procurará que la abertura de la bata se detenga en la rodilla, por instinto contoneará las caderas. A medida que vaya tomando conciencia de su cuerpo fumará entornando los ojos un poco más de lo necesario, como cuando era joven y su marido enloquecía viéndola expulsar el humo. La pobre se sentirá valorada, sólo por eso le juzga a usted más interesante.
Le diré que un atractivo moderado facilita la conquista, puesto que al encontrarle más entrañable que peligroso, ellas tienden a bajar la guardia. Entre los cuarenta y los cincuenta se cifra la edad ideal. Un aire intelectualizado, gafas de color, barba cuidada y ademanes suaves, hacen el resto. La señora descubrirá en usted a un ser distinguido afable e inteligente y casi sin proponérselo entornará aún más los ojos en cada bocanada. Ni por asomo considerará la viabilidad de un escarceo, no obstante, entre frase y frase, juega a recrearse. Un paseo furtivo, el preludio de una amistad. Y es que la víctima le supone buen conversador, un espíritu romántico e inquieto, en tanto que su marido (al que no cambiaría ni por diez como usted), silabea, no lee, se emociona con los deportes y cada vez se duerme antes y ronca más.
La señora no creerá cometer (no lo comete) un desliz imaginando. Ni tiene amante ni lo tendrá nunca, pero le encandila pensarse mujer ante otros ojos. ¿Otro cafetito? Muchas gracias. Un poco más, por favor. Soy una adicta al café, ¿sabe? Le ayuda a una a despertarse. Usted apostillará: lo entiendo, la faena en casa es dura e ingrata. Ah, si yo le contara, y de inmediato le cuenta. La víctima ingenua se quejará; es una pesadilla, su marido no colabora, el dinero no llega y la compra no para de subir. Pero la verdadera víctima dejará entrever que su desidia obedece a causas de mayor enjundia; una se siente encerrada, incapaz de distinguir un día de otro, apreciando el paso del tiempo por el número de arrugas.., y ahí se detendrá, porque, de continuar, la magia de la sugerencia rompería el estrecho límite que los separa y ambos acabarían salpicándose con sus aburridos dramas. Llegado el momento, asienta, pero no la anime a continuar. Tiene toda la razón, señora, la vida, las frustraciones, el consuelo de los seres queridos, y otras vaguedades similares. A esas alturas su manos estarán muy juntas, si usted se las rozara, aunque ella lo anhela, le despediría con malas palabras. O quizá si le describiera sus ojos, se las dejara apresar como pajarillos heridos. Si los tiene grandes puede referirse a la profundidad marina de su iris, si son pequeños deténgase en la vivacidad. Al oírlo deseará abrazarlo, demórese y oblíguela a concebir esperanzas, pero aléjese sin tocarla. Debe evitar la consumación a cualquier precio y piense que una vez mancillada la resistencia del otro su labor concluye, porque la ejecución del deseo es un mero trámite del todo inferior al proceso de conquista.
Y si por la tarde, al regresar usted a su casa, su mujer le dice que le quiere, créaselo, aunque le confiese que un individuo que bebía café solo estuvo por la mañana allí hurgando en los bajos de su instalación eléctrica.


EL MARQUÉS DE BRADOMÍN

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